12 de octubre de 2016

De anticuarios. Experiencias y opiniones

Como algunos sabrán, últimamente he estado interesado en comenzar un proyecto de recreación histórica de diferentes períodos del pasado de lo que actualmente es Colombia, comenzando por la fase de Conquista, pasando por los diferentes ciclos de la Colonia, hasta llegar, por el momento, hasta las guerras de independencia de comienzos del siglo XIX.

Casco con lámpara de aceite para trabajar en minas
Tras haber recopilado una buena cantidad de información en textos e imágenes, me decidí a dar una vuelta por algunas anticuarias de mi ciudad para ver si encontraba algo interesante que valiera la pena adquirir para el proyecto. Así pues, me dirigí al barrio El Poblado, en donde sabía que había varios locales de este tipo. En general no encontré casi nada que se remontará más allá de mediados del siglo XIX. Casi todo el material disponible a la venta correspondía a la primera mitad del siglo XX, entre el que abundaban maletas, juguetes, porcelanas, utensilios de cocina, cuadros, artículos de belleza, y otros muchos objetos de uso diario que, si bien eran realmente bellos o interesantes, no entraban dentro de mis intereses.

Tras mucho buscar, encontré unas pocas cosas que llamaron mi atención: 1) una bayoneta con estilo que parecía del siglo XVIII o comienzos del XIX (de la cual hablaré más adelante); 2) Otra bayoneta que, tras haber investigado un poco, supe que era utilizada para fusiles Mauser de principios del siglo XX; 3) Una espada francesa de artillero de las décadas de 1830-1840 (en muy mal estado, por cierto); y 4) Un rifle de caza que se cargaba usando una baqueta (también en muy mal estado).

Bayoneta para fusil Mauser
Tras haber fotografiado y analizado bien estos objetos, comparándolos con ejemplares similares que se hallaban en páginas web de subastas y coleccionistas, así como buscando un poco en textos y artículos, me decidí por comprar la primera bayoneta. La otra estaba fuera de mi período de interés. La espada, si bien se me hacía interesante, estaba en muy mal estado y a un precio bastante elevado. En cuanto al rifle, debo confesar que mi conocimiento sobre armas de fuego es bastante reducido, sumado a que no encontré referencias que me ayudaran a identificar con precisión este objeto.

Al final de esta entrada podrán encontrar más información sobre la bayoneta que conseguí, que por lo demás resultó ser una auténtica joya. Por el momento, continuaré con la narración de esta “travesía”.

Espada de artillero
Hubo un local al cual no me dejaron ingresar cuando realicé mi primer recorrido, pues según uno de los empleados, estaban haciendo inventario. Desde aquel momento me pareció que la atención era más bien tosca, pero insistí en volver a visitarlo debido a que un amigo me había mencionado que tenían una excelente colección de espadas y pistoletes. Días después regresé, no sin antes haber llamado en la mañana para confirmar que el local estuviera abierto al público y de que pudieran atenderme. Evidentemente mi amigo tenía razón. De la pared ubicada detrás del escritorio del dueño colgaban alrededor de una docena de espadas, la mayoría bastante bien conservadas. Junto a éstas había un numeroso grupo de pistolas del siglo XVIII y XIX, una de las cuales incluso todavía tenía una pequeña piedra de sílex sujetada por el tornillo pedrero. Comencé a ojear cuidadosamente algunas de las armas. La primera que examiné fue un sable producido por la artillería de Toledo a finales del siglo XIX. Seguramente éste hizo parte del gran lote que el ejército de Colombia compró al gobierno español durante aquellos años. Luego pasé a inspeccionar algunas de las pistolas. Para mi sorpresa, pues nunca antes había tenido una en mis manos, eran bastante pesadas. Algunas de ellas tenían una muy bella manufactura y todavía podía leerse en adornadas letras cursivas doradas y plateadas el nombre de la empresa fabricante (generalmente francesas o inglesas).

Hasta aquí todo iba aparentemente bien, aunque las miradas que me dirigían el dueño y su hijo no eran muy amistosas que digamos. Unos momentos después el verdadero drama se desarrollaría.

Mientras miraba un par de pistolas que parecían gemelas, pude ver que una de ellas, que por cierto era bastante liviana, tenía unas pequeñísimas letras, ya casi borradas, que decían: “Made in Japan”. Visto esto, le dije al dueño que esta arma seguramente era una réplica y no una original, como él creía. Me lanzó una mirada bastante agresiva pero permaneció en silencio. Tras esto le pedí permiso para ver un gigantesco y adornado sable que colgaba de la pared, a lo cual se negó rotundamente y, con una furia que ya venía contenida en sus ojos, exclamó desordenadamente las siguientes afirmaciones que he intentado sintetizar para poder dar al lector una idea aproximada de lo que aquel individuo dijo en su colérica manifestación:

Se encontraba profundamente hastiado de la excesiva cantidad de personas que llegaban a su local para ver su mercancía, manipularla, desordenarla, preguntar por precios, y al final no comprar nada. En especial sentía un especial desagrado por enseñar las armas colgadas de la pared, pues aunque en general eran los objetos por los que más preguntaba el público, éstas eran, según él, muy difíciles de bajar de los clavos de los cuales pendían, y más difícil aún era volverlas a ubicar. No le interesaba que sus compradores vieran detalladamente las armas, pues, decía él, sabía que casi ninguno de ellos tenía el dinero para comprarlas, y que por tanto, no valía la pena realizar el tedioso esfuerzo de desacomodarlas de su lugar.

Ante semejante desparramo de palabras, traté de calmar al vendedor y expresarle mis opiniones. Le dije que si un cliente en verdad estuviera interesado en comprar una de las armas, con total seguridad no iba a hacerlo sino se le permitía examinarla detalladamente, pues de esto dependía la estimación de su valor, tanto histórico como monetario. Le expliqué que muchas espadas tienen pequeños signos y detalles en sus hojas y guardas que permiten poder conocer acertadamente su fecha de producción, lugar de procedencia, calidad, entre otros datos. Siendo esto así, era ineludible enseñar las armas a quien estuviera interesado en ojearla. Además, añadí, no podía dar por sentado que sus clientes no tienen el dinero para comprar estos objetos, pues nunca se sabe qué clase de persona pueda querer adquirir un arma como esta, además de que las apariencias pueden ser engañosas. Por último, le comenté que si tanto fastidio le producía enseñar estas cosas, debería ubicarlas en un lugar mucho menos visible, o por lo menos de más fácil acceso, pues es innegable que las armas (en especial las del pasado) producen cierta fascinación entre el público, por lo que siempre sería habitual que éste quisiera verlas más de cerca.

El aireado vendedor, casi sin respirar, me respondió que él no necesitaba que la gente detallara su mercancía para establecer su valor, pues éste estaba ya definido de antemano y no era negociable. Sin importar que le dijera que esa forma de pensar y actuar podía traer como consecuencia una estafa al comprador, quien podría pagar mucho más del valor real, o al vendedor, quien podría establecer un precio inferior al real, hizo caso omiso de mis comentarios. Continuó su tosca argumentación diciendo que él no necesitaba que ningún especialista o historiador le dijera cuánto valían los objetos que vendía, pues ya había establecido un precio según –y no me van a creer esto– el pasado que creía que cada arma tenía. Es decir, no le interesaba conocer realmente la procedencia y calidad del objeto, sino que tan solo señalaba un valor según una historia que él mismo imaginaba. Ante semejante afirmación, supe que no había mucho por hacer. Tras tratar de hablar un poco más, salí de la tienda para evitar problemas que podían generarse a partir de la poco amistosa (y poco inteligente) reacción de su dueño.

Con base en estas experiencias, sumadas a las que días después tuve tras recorrer algunas anticuarias del centro de la ciudad, he decidido realizar algunos comentarios acerca del mundo de los anticuarios en Medellín. 

Ciertamente estas personas poco o nada saben de lo que venden. Cuando preguntaba por algo que me interesaba las respuestas eran muy vagas. No conocen la procedencia de los objetos, su fecha, y mucho menos el valor objetivo que puedan tener. Son mercaderes del pasado, pero solo interesados en la ganancia y no en el contenido de sus mercancías. Fueron repetidas las ocasiones en que me aseguraban que tenían un arma “antigua”, pero al verla, casi siempre se trataba de cuchillos o dagas decorativas de acero inoxidable. Incluso llegaron a enseñarme una “espada medieval” que resultó estar ensamblada con soldadura y tener un peso descomunal. Este desconocimiento entorpece sobremanera la búsqueda por estos locales, pues no existe ningún tipo de guía que pueda ayudar al comprador a encontrar objetos de su interés. Depende de cada uno, armado de paciencia, sumergirse entre las montañas de antigüedades de estas tiendas para poder, con mucha suerte, hallar algo que valga la pena. Además, parece ser que a muchos de estos vendedores no les interesa en lo más mínimo recibir ayuda para esclarecer los datos de sus mercancías (como el caso del señor anteriormente mencionado), sino que prefieren llevar su negocio tal como al presente lo tienen, sin miras a mejorar para ofrecer un servicio de mayor calidad.

Sinceramente, pareciera que la mejor idea es comprar antigüedades en páginas web de subastas y ventas, pues allí podremos comparar mejor los valores y obtener información más precisa de los objetos de interés. Algunos portales, como http://www.todocoleccion.net/ cuentan con una amplia oferta de todo tipo de parafernalia militar, además de que está bastante bien organizada.

Debo admitir que durante mi recorrido sentí un conflicto ético con respecto a si era correcto hacerse con un objeto que bien podría resultar interesante para un público más amplio. Puede sonar cliché, pero no podía parar de recordar la frase de Indiana Jones: “Eso debería estar en un museo”. Comprar algo de estas tiendas significaba patrocinar el mercado indiscriminado (y desinteresado) de artículos del pasado que podrían resultar tremendamente útiles para el conocimiento y la investigación histórica. Sin embargo, me aventuré a comprar uno de estos objetos pensando en que si no me hacía con él llegaría otra persona que no estaría siquiera interesada en darlo a conocer, o por lo menos, a investigar más acerca de su procedencia. Pensé que podrían comprarlo tan solo para decorar alguna estantería. Además de esto, no puedo negar que una parte de espíritu anticuario (en el buen sentido) me influenciaba a caer en la tentación de tener en mis manos un objeto original del pasado.

Espero que esta experiencia y los comentarios de ella extraídos puedan servir al lector para hacerse una idea, por lo menos aproximada, del lamentable estado del oficio de anticuario en Medellín. Seguramente existirán algunos dueños de este tipo de locales que realmente sepan desempeñar su cargo y conocen a fondo el material que venden, pero por desgracia, no tuve la oportunidad de encontrarme con alguno de ellos. Espero que si alguien leyera esta entrada y quisiera aventurarse por aquellos recintos polvorientos que parecen haberse detenido en el tiempo, pueda encontrar algo interesante que quiera compartir con el resto de la comunidad. Es innegable que muchas veces uno se siente en una verdadera cacería de tesoros.

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Como ya había mencionado, compré una bayoneta que a primera vista me pareció ser del siglo XVIII o comienzos del XIX. Mis cálculos no estaban muy alejados de la realidad. Tras conversar con varios especialistas, compararla con otros ejemplares, y visitar algunos museos, pudo concluirse que esta arma corresponde a las utilizadas en conjunto con los fusiles Brown Bess desde mediados del siglo XVIII hasta un poco después de las guerras napoleónicas. Es posible que ésta en particular haya sido empleada por algún soldado de las tropas del ejército independentista, pues esta marca de armamento fue profusamente utilizada por los americanos durante sus campañas.


A continuación, anexo algunas fotos de la bayoneta, así como sus medidas y características.





Peso: 364 gr
Largo total: 52.5 cm
Largo hoja: 41 cm
Largo soquete: 10 cm
Ancho base hoja: 3 cm
Ancho punta hoja: 0.5 cm
Soquete diámetro entrada: 2.7 cm
Soquete diámetro salida: 2.5 cm
Grosor base hoja: 1 cm
Grosor punta hoja: 3 mm
Grosor conector soquete-hoja: 1.5 cm
Grosor soquete: 2 mm

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