Como algunos sabrán, últimamente he estado
interesado en comenzar un proyecto de recreación histórica de diferentes
períodos del pasado de lo que actualmente es Colombia, comenzando por la fase
de Conquista, pasando por los diferentes ciclos de la Colonia, hasta llegar,
por el momento, hasta las guerras de independencia de comienzos del siglo XIX.
Casco con lámpara de aceite para trabajar en minas |
Tras haber recopilado una buena cantidad
de información en textos e imágenes, me decidí a dar una vuelta por algunas
anticuarias de mi ciudad para ver si encontraba algo interesante que valiera la
pena adquirir para el proyecto. Así pues, me dirigí al barrio El Poblado, en
donde sabía que había varios locales de este tipo. En general no encontré casi
nada que se remontará más allá de mediados del siglo XIX. Casi todo el material
disponible a la venta correspondía a la primera mitad del siglo XX, entre el
que abundaban maletas, juguetes, porcelanas, utensilios de cocina, cuadros,
artículos de belleza, y otros muchos objetos de uso diario que, si bien eran
realmente bellos o interesantes, no entraban dentro de mis intereses.
Tras mucho buscar, encontré unas pocas
cosas que llamaron mi atención: 1) una bayoneta con estilo que parecía del siglo
XVIII o comienzos del XIX (de la cual hablaré más adelante); 2) Otra bayoneta que, tras haber investigado un poco, supe que era
utilizada para fusiles Mauser de principios del siglo XX; 3) Una espada
francesa de artillero de las décadas de 1830-1840 (en muy mal estado, por
cierto); y 4) Un rifle de caza que se cargaba usando una baqueta (también en
muy mal estado).
Bayoneta para fusil Mauser |
Tras haber fotografiado y analizado bien
estos objetos, comparándolos con ejemplares similares que se hallaban en
páginas web de subastas y coleccionistas, así como buscando un poco en textos y
artículos, me decidí por comprar la primera bayoneta. La otra estaba fuera de
mi período de interés. La espada, si bien se me hacía interesante, estaba en
muy mal estado y a un precio bastante elevado. En cuanto al rifle, debo
confesar que mi conocimiento sobre armas de fuego es bastante reducido, sumado
a que no encontré referencias que me ayudaran a identificar con precisión este
objeto.
Al final de esta entrada podrán encontrar
más información sobre la bayoneta que conseguí, que por lo demás resultó ser
una auténtica joya. Por el momento, continuaré con la narración de esta
“travesía”.
Espada de artillero |
Hubo un local al cual no me dejaron
ingresar cuando realicé mi primer recorrido, pues según uno de los empleados,
estaban haciendo inventario. Desde aquel momento me pareció que la atención era
más bien tosca, pero insistí en volver a visitarlo debido a que un amigo me
había mencionado que tenían una excelente colección de espadas y pistoletes.
Días después regresé, no sin antes haber llamado en la mañana para confirmar
que el local estuviera abierto al público y de que pudieran atenderme. Evidentemente
mi amigo tenía razón. De la pared ubicada detrás del escritorio del dueño
colgaban alrededor de una docena de espadas, la mayoría bastante bien conservadas.
Junto a éstas había un numeroso grupo de pistolas del siglo XVIII y XIX, una de
las cuales incluso todavía tenía una pequeña piedra de sílex sujetada por el
tornillo pedrero. Comencé a ojear cuidadosamente algunas de las armas. La
primera que examiné fue un sable producido por la artillería de Toledo a
finales del siglo XIX. Seguramente éste hizo parte del gran lote que el
ejército de Colombia compró al gobierno español durante aquellos años. Luego
pasé a inspeccionar algunas de las pistolas. Para mi sorpresa, pues nunca antes
había tenido una en mis manos, eran bastante pesadas. Algunas de ellas tenían
una muy bella manufactura y todavía podía leerse en adornadas letras cursivas
doradas y plateadas el nombre de la empresa fabricante (generalmente francesas
o inglesas).
Hasta aquí todo iba aparentemente bien,
aunque las miradas que me dirigían el dueño y su hijo no eran muy amistosas que
digamos. Unos momentos después el verdadero drama se desarrollaría.
Mientras miraba un par de pistolas que parecían
gemelas, pude ver que una de ellas, que por cierto era bastante liviana, tenía
unas pequeñísimas letras, ya casi borradas, que decían: “Made in Japan”. Visto
esto, le dije al dueño que esta arma seguramente era una réplica y no una
original, como él creía. Me lanzó una mirada bastante agresiva pero permaneció
en silencio. Tras esto le pedí permiso para ver un gigantesco y adornado sable
que colgaba de la pared, a lo cual se negó rotundamente y, con una furia que ya
venía contenida en sus ojos, exclamó desordenadamente las siguientes
afirmaciones que he intentado sintetizar para poder dar al lector una idea
aproximada de lo que aquel individuo dijo en su colérica manifestación:
Se encontraba profundamente hastiado de la
excesiva cantidad de personas que llegaban a su local para ver su mercancía, manipularla,
desordenarla, preguntar por precios, y al final no comprar nada. En especial
sentía un especial desagrado por enseñar las armas colgadas de la pared, pues aunque
en general eran los objetos por los que más preguntaba el público, éstas eran,
según él, muy difíciles de bajar de los clavos de los cuales pendían, y más
difícil aún era volverlas a ubicar. No le interesaba que sus compradores vieran
detalladamente las armas, pues, decía él, sabía que casi ninguno de ellos tenía
el dinero para comprarlas, y que por tanto, no valía la pena realizar el
tedioso esfuerzo de desacomodarlas de su lugar.
Ante semejante desparramo de palabras,
traté de calmar al vendedor y expresarle mis opiniones. Le dije que si un
cliente en verdad estuviera interesado en comprar una de las armas, con total
seguridad no iba a hacerlo sino se le permitía examinarla detalladamente, pues
de esto dependía la estimación de su valor, tanto histórico como monetario. Le
expliqué que muchas espadas tienen pequeños signos y detalles en sus hojas y
guardas que permiten poder conocer acertadamente su fecha de producción, lugar
de procedencia, calidad, entre otros datos. Siendo esto así, era ineludible
enseñar las armas a quien estuviera interesado en ojearla. Además, añadí, no
podía dar por sentado que sus clientes no tienen el dinero para comprar estos
objetos, pues nunca se sabe qué clase de persona pueda querer adquirir un arma
como esta, además de que las apariencias pueden ser engañosas. Por último, le comenté
que si tanto fastidio le producía enseñar estas cosas, debería ubicarlas en un
lugar mucho menos visible, o por lo menos de más fácil acceso, pues es
innegable que las armas (en especial las del pasado) producen cierta
fascinación entre el público, por lo que siempre sería habitual que éste
quisiera verlas más de cerca.
El aireado vendedor, casi sin respirar, me
respondió que él no necesitaba que la gente detallara su mercancía para
establecer su valor, pues éste estaba ya definido de antemano y no era
negociable. Sin importar que le dijera que esa forma de pensar y actuar podía
traer como consecuencia una estafa al comprador, quien podría pagar mucho más
del valor real, o al vendedor, quien podría establecer un precio inferior al
real, hizo caso omiso de mis comentarios. Continuó su tosca argumentación
diciendo que él no necesitaba que ningún especialista o historiador le dijera
cuánto valían los objetos que vendía, pues ya había establecido un precio según
–y no me van a creer esto– el pasado que creía que cada arma tenía. Es decir,
no le interesaba conocer realmente la procedencia y calidad del objeto, sino
que tan solo señalaba un valor según una historia que él mismo imaginaba. Ante
semejante afirmación, supe que no había mucho por hacer. Tras tratar de hablar
un poco más, salí de la tienda para evitar problemas que podían generarse a
partir de la poco amistosa (y poco inteligente) reacción de su dueño.
Con base en estas experiencias, sumadas a
las que días después tuve tras recorrer algunas anticuarias del centro de la
ciudad, he decidido realizar algunos comentarios acerca del mundo de los
anticuarios en Medellín.
Ciertamente estas personas poco o nada
saben de lo que venden. Cuando preguntaba por algo que me interesaba las
respuestas eran muy vagas. No conocen la procedencia de los objetos, su fecha,
y mucho menos el valor objetivo que puedan tener. Son mercaderes del pasado,
pero solo interesados en la ganancia y no en el contenido de sus mercancías.
Fueron repetidas las ocasiones en que me aseguraban que tenían un arma “antigua”,
pero al verla, casi siempre se trataba de cuchillos o dagas decorativas de acero
inoxidable. Incluso llegaron a enseñarme una “espada medieval” que resultó
estar ensamblada con soldadura y tener un peso descomunal. Este desconocimiento
entorpece sobremanera la búsqueda por estos locales, pues no existe ningún tipo
de guía que pueda ayudar al comprador a encontrar objetos de su interés.
Depende de cada uno, armado de paciencia, sumergirse entre las montañas de antigüedades
de estas tiendas para poder, con mucha suerte, hallar algo que valga la pena. Además,
parece ser que a muchos de estos vendedores no les interesa en lo más mínimo
recibir ayuda para esclarecer los datos de sus mercancías (como el caso del
señor anteriormente mencionado), sino que prefieren llevar su negocio tal como
al presente lo tienen, sin miras a mejorar para ofrecer un servicio de mayor
calidad.
Sinceramente, pareciera que la mejor idea
es comprar antigüedades en páginas web de subastas y ventas, pues allí podremos
comparar mejor los valores y obtener información más precisa de los objetos de
interés. Algunos portales, como http://www.todocoleccion.net/
cuentan con una amplia oferta de todo tipo de parafernalia militar, además de
que está bastante bien organizada.
Debo admitir que durante mi recorrido
sentí un conflicto ético con respecto a si era correcto hacerse con un objeto
que bien podría resultar interesante para un público más amplio. Puede sonar
cliché, pero no podía parar de recordar la frase de Indiana Jones: “Eso debería estar en un museo”. Comprar
algo de estas tiendas significaba patrocinar el mercado indiscriminado (y
desinteresado) de artículos del pasado que podrían resultar tremendamente
útiles para el conocimiento y la investigación histórica. Sin embargo, me
aventuré a comprar uno de estos objetos pensando en que si no me hacía con él llegaría
otra persona que no estaría siquiera interesada en darlo a conocer, o por lo
menos, a investigar más acerca de su procedencia. Pensé que podrían comprarlo tan
solo para decorar alguna estantería. Además de esto, no puedo negar que una
parte de espíritu anticuario (en el buen sentido) me influenciaba a caer en la
tentación de tener en mis manos un objeto original del pasado.
Espero que esta experiencia y los
comentarios de ella extraídos puedan servir al lector para hacerse una idea,
por lo menos aproximada, del lamentable estado del oficio de anticuario en
Medellín. Seguramente existirán algunos dueños de este tipo de locales que
realmente sepan desempeñar su cargo y conocen a fondo el material que venden,
pero por desgracia, no tuve la oportunidad de encontrarme con alguno de ellos.
Espero que si alguien leyera esta entrada y quisiera aventurarse por aquellos
recintos polvorientos que parecen haberse detenido en el tiempo, pueda
encontrar algo interesante que quiera compartir con el resto de la comunidad.
Es innegable que muchas veces uno se siente en una verdadera cacería de
tesoros.
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Como ya había mencionado, compré una
bayoneta que a primera vista me pareció ser del siglo XVIII o comienzos del
XIX. Mis cálculos no estaban muy alejados de la realidad. Tras conversar con
varios especialistas, compararla con otros ejemplares, y visitar algunos
museos, pudo concluirse que esta arma corresponde a las utilizadas en conjunto
con los fusiles Brown Bess desde mediados del siglo XVIII hasta un poco después
de las guerras napoleónicas. Es posible que ésta en particular haya sido empleada
por algún soldado de las tropas del ejército independentista, pues esta marca
de armamento fue profusamente utilizada por los americanos durante sus
campañas.
A continuación, anexo algunas fotos de la
bayoneta, así como sus medidas y características.
Peso: 364 gr
Largo total: 52.5 cm
Largo hoja: 41 cm
Largo soquete: 10 cm
Ancho base hoja: 3 cm
Ancho punta hoja: 0.5 cm
Soquete diámetro entrada: 2.7 cm
Soquete diámetro salida: 2.5 cm
Grosor base hoja: 1 cm
Grosor punta hoja: 3 mm
Grosor conector soquete-hoja: 1.5 cm
Grosor soquete: 2 mm
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